Casos de estudio: Ética Como Amor Propio

CASO 1

La primera bofetada me la llevé cuándo me dijeron que tenía que esperar a por el  uniforme, ya que tenían que hacérmelo a medida. Fue mi primer golpe, ya que me estaban diciendo que la talla que yo uso no era la normal. Uso una talla 44. No me parece que sea necesario usar una talla 38 para ser una buena secretaria.

Yo seguí ejerciendo mi labor sin prestarle mucha atención al tema del uniforme, pero me era imposible. A todas horas tenía a mis compañeros delante de mi mesa preguntándome por mi uniforme. E incomprensiblemente, tenía a mi jefe por lo menos un día a la semana paseándose por delante de mí diciéndome que ya me traerían el uniforme, que era cuestión de tallas. Todo esto me parecía algo de locos y no acababa de comprender que le pasaba a esta gente, pero yo seguía a mis cosas, como si nada me afectara. Quería cumplir con mi trabajo y hacerlo bien, pero me estaba costando mucho.

El acoso comenzó a hacerse más patente cuando comencé a intuir que me vigilaban. Todos teníamos unas cámaras detrás de nuestra mesa de trabajo, no es algo legal, pero es así. Y había veces en las que de pronto aparecía mi jefe como un energúmeno gritando, diciéndome que porque iba al baño otra vez si ya había ido a las 11 de la mañana y solo habían pasado dos horas. Ahí fue cuando me di cuenta de que mis compañeros estaban diciéndole a mi jefe cada movimiento, cada desplazamiento que hacía al baño. Yo me tenía que desplazar a la impresora, a la fotocopiadora, y esos movimientos eran los que provocaban ataques de ira en mi jefe. Yo trataba de explicarle que era parte de mi trabajo el ir a la fotocopiadora pero él gritaba cada vez más y me era imposible hablar. Mi desesperación era inmensa, necesitaba el trabajo pero me lo estaban poniendo muy difícil y lo peor es que no sabía el por qué.

Ir al trabajo se convirtió en una tortura. Sin ningún motivo aparente era el blanco de las iras de mi jefe y la mofa de mis compañeros. Se convirtieron en mis peores enemigos. Mi única intención siempre había sido la de trabajar y hacerlo lo mejor posible. Pero entre todos estaban logrando que mi vida se convirtiera en un infierno.

Decidí no denunciarlo a los sindicatos, esperando que en algún momento este acoso se terminara. Pero nunca se terminó. Ellos terminaron conmigo. Consiguieron que me echaran de la empresa. Sin comerlo ni beberlo, un día fui a trabajar y me dijeron que al día siguiente no fuera, que prescindían de mis servicios. Mi jefe me dijo que el día anterior me había ausentado de mi puesto de trabajo 8 veces. Miré hacia mis compañeros y sonrieron. Recogí mis cosas y salí. Me consideraba una persona muy fuerte mentalmente pero me habían aniquilado entre todos, habían hecho una piña para conseguir su objetivo y ahora gracias a ellos era una mujer agotada mentalmente.

CASO 2

Me estuve mirando por largo rato fijamente a los ojos… Me había brotado una lágrima, negra como la amargura que llevaba por dentro desde hacía ya mucho tiempo. Seguía mirándome como si estuviera ausente. Esa actitud era ya recurrente. El pelo, que me colgaba hasta los hombros, lucía despeinado. Yo no me movía. Sólo me miraba. Alguien más me observaba… y de repente sentí cuando intentó desprenderme el cabello de un jalón… Fue en ese momento en que yo súbitamente aparté mi mirada de mi propio reflejo. Tiré un hilarante grito que estremeció hasta mi sombra en el espejo. Caí de espalda sobre el duro mosaico. Fui a parar a un rincón de la habitación. Allí me quedé por largo rato en posición fetal. Mi cuerpo se movía sin control como si ensayara un vals de aceitunas… Se empezó a escuchar el abundante brote de agua de la ducha mientras caía sobre el robusto cuerpo de la otra persona, quien cantaba indiferente en su baño ‘ceremonial’. Yo me incorporé y volví a mirarme en el marco de la pared. mi mirada parecía aún más extraviada que antes. Lucía desesperada!. Empecé a acariciar mi pelo. De mis penetrantes lagos brotaron nuevas gotas cristalinas que mojaban mi demacrado rostro. Dejó de sonar el agua de la ducha… pude ver que aquel hombre volvió a observarme con actitud dominante… De repente uno de sus puños la emprendió entonces con más furor contra mi. También se rompió mi destello. Horrorizada, vi por entre algunos cristales que aún colgaban, mi cara ensangrentada… En el cuarto reinaba el silencio, de vez en cuando interrumpido por un gemido reprimido, mientras él, con toda calma se vestía. Luego, salió estrellando el portillo de la casa.

Sólo quedó un marco dorado clavado en la pared… pasado los días fue remplazado por un nuevo espejo…

CASO 3

Yo era una analista dentro del área comercial de la compañía en la que trabajaba y él era uno de los gerentes del área. Estaba recién llegada a aquel trabajo y recuerdo que uno de los primeros días en los que él noto mi presencia, se acercó a saludarme de forma muy amable y cordial.

Con el transcurrir de los días, el saludo se torno más que cordial y pasó a ser meloso y demasiado dulce para mi gusto. Entraba a la oficina y se ponía a jugar con mi pelo mientras hablaba con los demás como si nada, a veces me jalaba el pelo y me decía: «Se nota que le gusta que le jalen el pelo, ¿cierto?»

Los comentarios se volvieron subidos de tono y él empezó a hacerme bromas y propuestas indecentes; se acercaba tanto, que una vez llegó a mirar por dentro de mi blusa, y la cosa pasó de castaño a oscuro.

A mí no me gusta mucho el contacto físico, soy muy dulce con mi familia, mi pareja y mis amigos más íntimos, pero me disgusta cuando un compañero de trabajo, o peor aún, un superior, me abraza y me saluda como si yo fuera parte de su familia.

A pesar de eso, decidí no decir nada y en ese instante me convertí en una víctima más, guardé silencio por miedo a perder mi trabajo y soporté un año de acosos, abrazos y besos no deseados.

Mis compañeras de trabajo decían que él era así, que ese comportamiento era normal, pero realmente a ellas no les hacía comentarios como los que me hacía a mí.

Finalmente, renuncié a aquel trabajo después de casi un año por razones diferentes, por miedo a hablar y a denunciar a un superior, no hablé, no dije nada y terminé callando algo que pude haber dicho.

De los abrazos largos y eternos, pasamos a las caricias en el pelo, las palabras al oído, las insistentes invitaciones a salir y los piropos delante de todos mis compañeros de trabajo. Aún recuerdo que cuando llegaba en las mañanas, se acercaba a mí y respirando en mi oído me decía: «Qué linda se te ve esa blusa» o «El pelo te huele delicioso».

CASO 4

La agudeza del sonido de su voz me golpeó fuertemente los sentidos. Me gritó como enloquecido: “¡Que sea la última vez que te detengas en esa casa cuando vuelvas del trabajo!. ¡ya esa no es tu casa!, ¡cooño!”. Fue lo último que escuché antes de sentir que el mundo se había descolgado. Me espanté al darme cuenta de que sólo era yo la que caía sostenida de una fina cuerda que se rompía. Mi cabeza se había balanceado de un lado a otro luego de que su puño de hierro se estrellara contra mí rostro. Yo creí que moría en aquel momento. Se cayeron uno a uno los pétalos de aquellas rosas, y sólo quedaron espinas… Quise salir huyendo de allí. Me pregunté, ¿hacia dónde iría?. No iba a dejar a mis hijos. No podía volver a casa de mis padres como una fracasada. No sé de dónde saqué tanta cobardía para simplemente no hacer nada. Me quedé centrada esperando la transformación de la lombriz en mariposa…

No podía creer lo que me pasaba. Por mi mente retumbaba la voz de aquel juez que preguntaba: “¿Promete amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?”. También recordé aquel “acepto” que emanó con voz ardiente de los labios de aquel hombre que me ‘amaba’…

Desde esa noche dejé de ‘existir’… Al siguiente día le pedí que se fuera de la casa. ¡O él o yo!. No podíamos estar más tiempo juntos, bajo un mismo techo. Alguien tenía que salir de aquel ring… Pero con el paso de los días llegaron los arrepentimientos, las palabras mágicas: “lo siento, perdóname, eso no volverá a pasar nunca de nuevo…”

Con gran letargo llegaron días de sosiego. Era como si nada hubiera pasado. El embrujo del amor, ¿dije amor?, bueno, eso… Pasaron meses. La tranquilidad en la casa se dejaba sentir, a veces… pero… recuerdo aquella tarde en que tiró la comida en el piso porque le puse agua y no un vaso de jugo en la mesa. – “Eres igualita a tu madre!. ¡Yo no sé para que fuiste a la escuela!. ¡Tan bruta!. ¡Coño..!”-. Gritaba mientras tiraba la jarra de agua y esparcía los cubiertos por todos lados. Asimismo se levantó del comedor y fue directo a la nevera y tiró todo lo que tenía, entretanto profería las maldiciones e insultos que se le ocurrían. Hasta que salió acelerado de la casa, dejando tras sus pasos el fuerte golpeo del portón de salida

Pasaron semanas. Volvieron los golpes y las rosas… Se marchitaban los pétalos… Hasta que un día, luego de volver a visitar a escondidas la casa de mis padres, él se acercó y me abrazó fuertemente, me dijo: “hasta que la muerte nos separe…” Yo fui perdiendo el aliento. Él, sacó y soltó el cuchillo. Se esparció sangre en la acera. Él intentó huir súbitamente. En su fuga, resbaló con aquel torrente sangriento y cayó de bruces al pavimento.

Desde entonces, yo vivo postrada en una silla de ruedas. Libre como un pajarito…

CASO 5

Pérez trabaja en una empresa hace casi 9 años, en el último año la compañía ha pasado por cambios, algunos positivos y otros, bueno los otros cambios no han llenado las expectativas de la gente; el asunto es que es Pérez hace parte de un grupo que esta conformado por 6 personas.

Desde hace algunos meses, cuando se hicieron los principales cambios, a Pérez siempre le hicieron saber que no era «removido» de su puesto porque «era» valioso para el equipo de trabajo, siempre le recuerdan que «le dieron una segunda oportunidad»; hace algunos meses Pérez ha venido identificando algunas particularidades de su jefe pero no les había prestado atención hasta que esas particularidades lo involucraron.

Perez siempre ha sido autónomo en su labor pero desde marzo de este año se dio cuenta de que ya no podía manejar las cosas como quería y consideraba correcto sin antes consultar ya que su jefe se molestaba; Pérez siempre manejaba dinero si se lo pedían, Pérez tomaba algunas decisiones, contaba con personal capacitado que respaldaba su labor, pero hoy las cosas ya no son así, entonces optó por asumir con gallardía los cambios e involucrarse hasta donde podía y le permitían para poder contribuir con los objetivos del área en la que se encuentra.

Hace dos semanas una de sus compañeras de equipo le dice: «el jefe ha pedido que lleve control sobre esto que realizas pero no quiere que tu sepas, no como hacerlo sin informarte o pedirte así mismo que me entregues información, considero que esto no esta bien», Pérez le dice que realmente no cree que pueda hacer control sobre ese particular sin intercambiar información con él, pero que si el jefe solicita confidencialidad es mejor que le explique.

Así las cosas su compañera le insiste al jefe que si no intercambia información con Pérez es imposible llevar ese control, después de explicarle mas cinco veces el jefe acepta, sin embargo a Pérez le surgen algunas preguntas pues al unir todas las piezas se da cuenta que:

1. Sus responsabilidades han disminuido, es decir, le han quitado tareas que antes realizaba.
2. Controlan todo lo que hace y verifican toda la información que suministra.
3. Le impiden ofrecer ideas, se evita cualquier tipo de contacto con el y algunas veces ignoran su presencia.
4. Le asignan tareas inútiles y absurdas.
5. O en el peor de los casos le asignan tareas inferiores a su capacidad o a sus competencias profesionales.

CASO 6

Aquella mañana primaveral, mientras conducíamos por la hermosa ciudad capitalina, le pedí que me diera algo más de dinero. Tenía que arreglarme el pelo. Pero mi marido se molestó por aquella osadía. Con el vehículo aún en marcha tiró por la ventana el billete de cincuenta mil pesos que sacó de la billetera. No le bastó esa afrenta. También tuvo que tirar todo lo sucio que había en su boca… Más adelante se detuvo y me hizo bajarme del auto. Muy atormentada tuve que caminar de prisa unos metros hacia atrás en busca de aquel dinero que significaba comida y pasajes para ese día. Para mi buena suerte, el billete aún estaba tirado en la calle (no era en Colombia)… Me agaché y pude asirlo con mis manos, pero tuve problemas para volver a incorporar mi cuerpo. Muy despacio logré erguirme y echarme a andar de nuevo.

Mientras caminaba mi vista se nublaba. Un manantial acuoso empezó a brotar de mis ojos. Los limpiaba con las manos tratando de disimular un poco. Pero no podía contener el torrente salado que seguía escapándose de mis afluentes al antojo. Por más que pensaba no entendía cómo había llegado a ese punto. ¿Cómo pude permitir que él se ‘adueñara’ de mi vida?. ¿Cómo pudo dejarle que el administrara el dinero que yo me ganaba, dizque para que yo no lo malgastara…? Pero, ¿por qué Diablos él me trataba con tanta arrogancia y con tanto odio?, y yo sin poder hacer nada…

Caminé un rato en dirección a la tienda de calzados donde laboraba. Empecé a sentir mi ropa íntima mojada. Pensé que me estaba corriendo mucho sudor por la elevada temperatura de aquel candente junio caribeño. Continué caminando pausadamente. Pero un fuerte dolor en mi bajo vientre me hizo frenar el paso. Pudo ver gotas de sangre chorrearse por debajo de mi falda. Me desplomé inconsciente. Era la segunda vez que me desembarazaba de forma ‘espontánea’. Había perdido mi bebé sin ningún motivo aparente. Luego de una larga noche de cuidados médicos en un hospital, pude volver a mi casa, a donde me enviaron a seguir guardando reposo.

Al llegar a la vivienda familiar abrí la puerta con cuidado para no hacer ruido. Entré sujetando mi bajo vientre, tratando en vano de aliviar el agudo dolor que aún sentía después de la pérdida. Empecé a caminar por el pasillo. Alcancé a ver mi marido. Él ya me esperaba. Me miraba desde lejos sin decir nada. Entré tanteando las paredes del cuarto, sosteniendo mi debilitado cuerpo para no caerme. Él, sin mediar palabras, me tomó del brazo y me lanzó sobre la cama. Se soltó el broche del cinturón y se bajó el pantalón. Se subió de forma abrupta y violenta sobre mi debilitado cuerpo, y me hizo suya hasta que al fin alcanzó un orgasmo. Él suspiró complacido. Luego encendió un cigarrillo y empezó a jugar con el humo, mientras yo empuñaba las sabanas contra mi boca para ahogar aquel dolor profuso. Sentía un nudo en la garganta que me estrangulaba. Él, sin ni siquiera mirarme, se incorporó del lecho. Se puso pantalón y camisa. Se volteó hacia mi y me gritó en tono desenfrenado: “A ver si eres mujer y de nuevo te preñas y me das un hijo de una buena vez”.

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